Un gran siniestro

Todos y cada uno de los responsables de Riesgos y Seguros de las grandes empresas han tenido la experiencia de vivir y de “sufrir” un gran siniestro, que, en algunas ocasiones, ha podido bloquear su propio trabajo y por tanto sus rutinas.

Siempre he hablado con cierta ironía de las oportunidades que pueden aparecer después de un gran siniestro en una organización empresarial.

Desde un punto de vista “legal y técnico”, un gran siniestro no es ni más ni menos que hacer realidad un acuerdo sobre un interés protegido legalmente, con el objetivo de lograr reponer íntegramente dicho interés a nuestra empresa por un daño sufrido en ese mismo interés. Pero no nos podemos olvidar de lo más importante, y es que esa reposición de nuestros bienes o intereses será con cargo a un tercero que se ha responsabilizado de llevarlo a cabo a cambio de un precio. Pero los negocios no son tan simples ni tan sencillos de abordar, ya que desde el momento en que ese acuerdo se sustenta a través de un contrato, comienza todo un proceso de análisis, petición de reconocimiento de los derechos de las partes, acuerdos en base a lo pactado, y casi siempre con el pago de las justas indemnizaciones.

Una buena reflexión para evitar situaciones incómodas con carácter previo, es partir del hecho de que un contrato de seguro debe ser siempre un acuerdo de buena fe entre las partes, ¿Pero cuantas partes intervienen realmente en ese negocio de buena fe? 

La respuesta es clara, varios suelen ser los intervinientes, y todos ellos tienen su responsabilidad.

  • El Tomador o Asegurado, debe siempre cuidar que la información que traslada sea veraz y fidedigna para evitar situaciones inesperadas de infraseguro, de exclusiones interpretables o de exigencias arrancadas al mercado de forma brusca o poco equilibrado para las partes.
  • El Asegurador debe ser consciente de su responsabilidad, que no es ni más ni menos, que respaldar la confianza depositada en él por su cliente. Esto es muy serio y modular en la relación, ya que el seguro se formaliza para comprar seguridad financiera. Esto se traduce en garantizar el pago de los siniestros cubiertos por parte de la aseguradora, que de esta forma ayuda a sus clientes a sobrevivir después de impacto negativo sobre su balance y su cuenta de resultados. La gran mayoría de las veces es así, aunque recordar este principio refresca los objetivos.
  • El Corredor, es una pieza fundamental de este engranaje y esto significa que sus consejos deben estar guiados siempre por el principio de reciprocidad con su cliente. Es decir, el Corredor cobra unos honorarios o un dinero para ayudar a garantizar el buen fin del contrato, que no es ni más ni menos que lograr que su cliente sea beneficiario de un magnífico asesor de sus intereses. Actuar únicamente como intermediario es parcial además de injusto para lograr el buen fin de su trabajo.
  • Quedan los Peritos, que tienen que ser independientes en su criterio y en su trabajo respaldando la verdad de los hechos siempre que se puedan demostrar o al menos acercarse a ella. Esto incluye imparcialidad y pericia además de inteligencia para lograr que su actuación genere confianza entre las partes.
  • En último término está la Justicia, lenta, farragosa y cara, lo que es lo mismo que ineficaz para resolver a tiempo problemas vitales de supervivencia del tomador o el prestigio del asegurador además de su aportación financiera.